Casi siempre que me llaman para pedir cita, los pacientes comentan que les gusta mi forma de trabajar porque no hago dietas. En realidad, os tengo que decir que sí, pero de una manera diferente. Estamos acostumbrados a relacionar la palabra dieta con “perder peso” y con las dietas “hipocalóricas” o bajas en energía, cuando esto no es así. En parte tiene sentido este tipo de afirmaciones, porque siempre nos lo han vendido de la misma manera. Alguien cambia su patrón de alimentación porque “le sobran algunos kilos”.
¿¡Nada más!?
¿Perder peso es esa la única razón que nos mueve a cambiar nuestro modo de vida?
Queda un poco reduccionista pensar que si
A su vez organismos como la RAE nos llevan aún más a confusión cuando definen la palabra DIETA, como:
“1. Régimen que se manda observar a los enfermos o convalecientes en el comer y beber, y, por ext., esta comida y bebida. 2. Conjunto de sustancias que regularmente se ingieren como alimento. 3. Privación completa de comer.”
En el caso de la segunda acepción, nos podemos acercar un poco más al sentido original de la palabra; “δίαιτα”, que en griego significa: “Régimen de vida”. Una descripción mucho más acertada a la connotación que actualmente se le da a esta palabra.
“La dieta comprende los hábitos de alimentación de una persona, así como el conjunto de normas no escritas que la rigen y todo el entorno relacionado con esta”
Debería significar comer de forma saludable, comer la cantidad adecuada a tus necesidades, no sentirte culpable por comer, ser capaz de comer en público, entender las sensaciones que transmite tu cuerpo…
No significa dejar de comer, hacerlo de forma extraña ni pasándolo mal.
En definitiva, es un proceso que conlleva un cambio en la persona y en todo lo relacionado a su alimentación, para crear patrones que perduren en el tiempo y que sustituyan a los actuales.
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